Un día de estos, no sé cuándo ni de dónde saldré corriendo con rumbo al puerto más cercano, buscaré el barco que aparente ir más lejos, treparé por la amarra. Una vez arriba me ocultaré de los tripulantes, principalmente del que traiga el parche en el ojo, el perico en el hombro y la pata de palo. En caso de que me descubran trabajaré lavando trastes y limpiando la cubierta para pagar mi viaje y entonces evitar que me arrojen al mar -mientras ríen- donde tiburones arremolinados, revueltos entre olas esperarían ansiosos.
Cuando me haga camarada del capitán, le pediré que me deje en algún puerto desconocido, buscaré alguna taberna, beberé una cerveza.
Me enamoraré de una bella mujer tímida y de ojos grandes, me costará trabajo conquistarla pero caerá rendida ante mí cuando le platique que soy un viejo navegante que ha surcado todos los mares y luchado contra terribles monstruos marinos en un caballo de mar con cuerno de unicornio, pero, mientras tanto empezaré por perder el miedo al mar.