jueves, 7 de febrero de 2013

Box


El año pasado me propuse aprender box, ahora sé que el jab se tira con la izquierda si uno es diestro, que se tira constantemente, jab, jab, jab.
--¿Sabes por qué se llama así? Me preguntó un compañero del gimnasio mientras yo golpeaba el costal --porque es la llave al triunfo, me contestó.
El recto se tira con la derecha y es un golpe poderoso que puede noquear al rival si este es bien conectado, se tira después de un jab para mejor efectividad: el viejo 1-2.  Este golpe se realiza girando la cintura manteniendo bien plantada la pierna izquierda, si uno es diestro, y el pie derecho gira un poco con el movimiento natural de la cintura, jab, jab por si no se conecta el de derecha, respira.
Repaso eso en mi mente mientras miro al techo en la sala del hospital, esperando a que pase el tiempo, a que llegue la hora de entrada del doctor en turno que posiblemente evaluará mi situación.
A mi lado está un policía federal que se fracturó un dedo del pie cuando pisó mal, lo acompaña uno de sus compañeros, válgase la expresión.  Más al fondo, en la tercera cama de la habitación está don Porfirio quien sí se la estaba pasando  mal por lo que pude escuchar. Un hombre con los cabellos alborotados velaba su sueño. Y en la 37 yo, con el quinto dedo de la mano derecha fracturado. Jab, jab, cerrar bien los puños para evitar lesiones.
Uno piensa muchas cosas cuando está ahí dentro tirado sin nada qué hacer, hablar consigo mismo, repasar el momento en el que uno no acertó el golpe, pensar en la mujer que no está ocupando esa silla vacía junto a la cama número 37, que no soy la clase de hombre que se necesita para practicar un deporte tan bravo como el box.
Me entristece la situación pero recuerdo cómo Bane le partió la columna vertebral a Batman y este se recuperó para salvar el día (una vez más) en ciudad Gótica o el propio Bruce Lee cuando se lesionó la espalda entrenando, no veo la razón como para no recuperarme pronto de una simple fractura, pero, en el hospital nadie me dice nada, han extraviado mis radiografías por segunda ocasión y me viene a la mente el terrible cuento de Dino Buzzati “7 pisos”.
Prefiero dormir para evitar escuchar la conversación del policía por teléfono con “la otra”, después de hablarle a su mujer para amenazarla de que no anduviera de loca y darle las buenas noches a su hija.
Me duermo con la idea de que mi operación se postergará 4 días pues el material se tenía que encargar.
Finalmente todo sale mejor de lo que esperaba, me operan a primeras horas del día siguiente y me dan de alta un par de horas después, con una mano vendada, con la idea de debilidad que el hospital le crea hasta al más fuerte y pensando qué actividad puede ser la indicada para alguien, al parecer, frágil como yo.

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